Invocation to Joyce
by Jorge Luis Borges
Scattered
in scattered capitals,
solitary
and many,
we
played at being the first Adam
who
gave names to things. Down
the vast slopes of night
that
extend into dawn we
searched (I remember it still) for the words
of
the moon, of death, of the morning,
and
of the other usages of man. We
were imagism, cubism, the
conventicals and sects that
the credulous universities venerate. We
invented the lack of punctuation,
the
leaving out of capital letters,
the
stanzas in the form of a dove
from
the libraries of Alexandria. Ash,
the work of our hands,
and
the glowing fire our faith. You,
meanwhile, forged in
the cities of exile in
that exile which was your
loathed and chosen instrument, the
weapon of your art, you
raised your arduous labyrinths, infinitesimal
and infinite, admirably
ignoble, more
populous than history. We
shall have died without having made out the
biform beast or the rose which
are the center of your labyrinth, but
memory holds on to its talismans, its
Virgilian echoes, and
so in the streets of the night your
splendid infernos survive, your
many cadences and metaphors, the
gold glints of your shadow. What
does our cowardice matter if there is on earth
a
single valiant man, what
does sadness matter if there was in time somebody
who called himself happy,
what
does my lost generation matter,
that
vague mirror, if your books justify it. I
am the others. I am all those whom
your obstinate rigor has redeemed. I
am those you do not know and those you continue to save.
— Translated
by Charles Tomlinson
From Elogio de la Sombra, 1969 (In Praise of Darkness).
Invocación a Joyce
Dispersos
en dispersas capitales,
solitarios
y muchos,
jugábamos
a ser el primer Adán
que
dio nombre a las cosas. Por
los vastos declives de la noche
que
lindan con la aurora,
buscamos
(lo recuerdo aún) las palabras
de
la luna, de la muerte, de la mañana
y
de los otros hábitos del hombre. Fuimos
el imagismo, el cubismo, los
conventículos y sectas que
las crédulas universidades veneran. Inventamos
la falta de puntuación, la
omisión de mayúsculas, las
estrofas en forma de paloma de
los bibliotecarios de Alejandría. Ceniza,
la labor de nuestras manos
y
un fuego ardiente nuestra fe. Tú,
mientras tanto, forjabas
en
las ciudades del destierro,
an
aquel destierro que fue
tu
aborrecido y elegido instrumento, el
arma de tu arte,
erigías
tus arduos laberintos,
infinitesimales
e infinitos,
admirablemente
mezquinos,
más
populosos que la historia. Habremos
muerto sin haber divisado la
biforme fiera o la rosa que
son el centro de tu dédalo, pero
la memoria tiene sus talismanes, sus
ecos de Virgilio, y
así en las calles de la noche perduran tus
infiernos espléndidos, tantas
cadencias y metáforas tuyas, los
oros de tu sombra. Qué
importa nuestra corbardía si hay en la tierra un
solo hombre valiente, qué
importa la tristeza si hubo en el tiempo alguien
que se dijo feliz, qué
importa mi perdida generación, ese
vago espejo, si
tus libros la justifican. Yo
soy los otros. Yo soy todos aquellos
que
ha rescatado tu obstinado rigor.
Soy
los que no conoces y los que salvas.
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