Jorge Luis Borges sobre Olaf Stapledon


23 de julio de 1937

LAST AND FIRST MEN, de Olaf Stapledon

Esta vasta novela de orden profético —trescientas páginas que abarcan la historia futura de la humanidad en un decurso de veinte millones de siglos— es accesible ahora en la edición de los Pelican Books, al precio imperceptible y conmovedor de sesenta centavos. Si yo enumero algunos rasgos —hombres remotos de visión circular, no semicircular como ahora; razas gaseosas que veneran lo material y cuyos dioses son los duros diamantes; ejércitos de autómatas que arrasan a mansalva los continentes; generaciones que persiguen y adoran el dolor físico; cruzadas para rescatar el pasado; subhombres reducidos a servidumbre por supermonos; comunidades donde lo esencial es la música; vastos cerebros instalados en torres de metal; especies de hombres concebidas y ejecutadas por esos sedentarios cerebros; fábricas de animales y de plantas; ojos que ven macizos los astros—, corro el albur de que mis lectores supongan que Last and First Men es una mera incontinencia o extravagancia, hecha de sorpresas groseras, a la manera de aquella intolerable Metrópolis de Fritz Lang. Increíblemente, tal no es el caso.

La obra de Stapledon deja una impresión final de tragedia, y aun de severidad, no de irresponsable improvisación. Nunca, casi nunca, es satírica: nada tiene que ver con el Mundo feliz de Aldous Huxley, cuyo supuesto porvenir es Nueva York —mejor dicho, Hollywood—, un tanto hipertrofiada y simplificada.

Rasgo curioso: lo puramente novelesco de esta novela —diálogos, caracteres, personalismos— es menos que mediocre. Olaf Stapledon, insuperable en el gobierno de siglos y de generaciones, no es más que un chapucero cuando se trata de individuos o de minutos. No sabe resolver los problemas concretos del novelista, pero sabe plantear o sugerir vastos problemas vagos. De ahí la superioridad de los capítulos intermedios y de los capítulos últimos, austeramente redactados en el estilo impersonal de un libro de historia.

Last and First Men, de Olaf Stapledon” [review], El Hogar, 23 July 1937.


20 de agosto de 1937

STAR MAKER, de Olaf Stapledon

Hecho que regocijará el corazón de los buenos lectores de H. G. Wells: Olaf Stapledon acaba de publicar otro libro. Stapledon, harto inferior a Wells como artista, lo supera en el número y en la complejidad de sus invenciones, ya que no en su buen desarrollo. En Star Maker ha tenido el acierto de prescindir de todo artificio patético (hay una incómoda infracción de esa norma en la página 288) y de narrar sus maravillas en el estilo impersonal de un historiador. Temo que la palabra “historiador” sea demasiado cálida…

Este libro refiere una exploración imaginaria del universo. El héroe, mentalmente, llega a un insospechado planeta y se hospeda en el cuerpo de uno de sus habitantes “humanos”. Las dos conciencias llegan a convivir y aun a compenetrarse, sin perder su carácter individual. Luego —incorpóreas— visitan otras almas en otros mundos, y construyen, a fuerza de adiciones, un casi innumerable Yo colectivo. Los muy diversos individuos que forman ese Yo guardan su personalidad, pero comparten sus recuerdos y su experiencia. Exploran, desde el primer instante del tiempo hasta el último, el espacio estelar. Star Maker es el resumen de esa enorme aventura.

En ciertos planetas el sentido del gusto es el más sutil. “Aquellos hombres gustaban, no sólo con la boca, sino con las oscuras manos húmedas y los pies. Sabores de metales y de maderas, de tierras dulces y agrias, de las muchas rocas, y de las tímidas o insolentes fragancias de las plantas pisadas por los desnudos pies corredores, definían un mundo variadísimo y singularmente íntimo.” En los planetas de mayor volumen la gravitación es tan fuerte que apenas si unos pájaros muy livianos pueden alzar el vuelo. Su cerebro es exiguo, y una bandada viene a ser el órgano múltiple de una sola conciencia. “Aprendimos penosamente a ver con un millón de ojos simultáneos y a percibir la disposición de la atmósfera con un millón de alas.” En ciertos gigantescos planetas áridos el cuerpo múltiple de cada conciencia es un enjambre o manga de insectos. “Con pies innumerables y apresurados nos internamos en diminutos laberintos de material, con innumerables antenas participamos en oscuras operaciones agrícolas e industriales, o en la navegación de barcos minúsculos en los estanques y canales de ese mundo playo.” Hay mundos auditivos también, mundos que ignoran el espacio y están sólo en el tiempo… No en vano es socialista el autor: sus imaginaciones (casi siempre) son colectivas.

Baruch Spinoza, geómetra de la divinidad, creía que el universo consta de infinitas cosas en infinitos modos. Olaf Stapledon, novelista, comparte esa abrumadora opinión.

Star Maker, de Olaf Stapledon” [review], El Hogar, 20 Aug. 1937.


15 de octubre de 1937

ALFRED DÖBLIN

Casi todos los escritores alemanes son de formación académica. Son hombres que han llegado a la literatura por el camino de la misma literatura, o de la teología y la metafísica. Alfred Döblin, no. Nació en 1878, ejerció durante años la medicina en los barrios obreros de Berlín y publicó la primera de sus novelas en 1915.

La obra de Döblin es curiosa. Descontados varios artículos de carácter político o literario —por ejemplo, un análisis delicado del Ulises de Joyce; por ejemplo, un estudio de las bases de la literatura marxista—, esa obra consta exactamente de cinco novelas. Cada una de ellas corresponde a un mundo distinto, incomunicado. “La personalidad no es otra cosa que una vanidosa limitación”, ha declarado en 1928 Alfred Döblin. “Si mis novelas sobreviven, espero que el porvenir las atribuya a cuatro personas distintas.” (Al formular ese modesto o ambicioso deseo, no había publicado aún Berlin Alexanderplatz.)

La primera de las cinco grandes novelas es la que se titula Los tres saltos de Wang-Lun. Los conspiradores, las venganzas, las ceremonias, las sociedades secretas de la China, son la materia de ese pobladísimo libro. Para escribirlo, Döblin se documentó vastamente en los archivos y museos de Berlín. Wallenstein, la segunda, es también histórica: su tema es la Alemania ensangrentada del siglo XVII. Montañas, mares y gigantes (1924) es una epopeya del porvenir, a la manera de H. G. Wells o de Olaf Stapledon. (El lugar de la acción, Groenlandia; los héroes, todas las naciones del mundo.) Manas (1926) acontece en el Himalaya, entre muertos. Berlin Alexanderplatz (1929), la última, es laboriosamente realista: su lenguaje es oral; su tema, el proletariado y malevaje de Berlín; su método, el de Joyce en Ulises.

Conocemos no solamente los actos y los pensamientos de su héroe, el desocupado Franz Biberkopf, sino los de la ciudad que lo ciñe. Döblin ha escrito que el Ulises es un libro exacto, biológico.

Cabe afirmar lo mismo de Berlin Alexanderplatz.

“Alfred Döblin,” El Hogar, 15 October 1937.


19 de noviembre de 1937

OLAF STAPLEDON

Dice Olaf Stapledon: “Soy un chambón congénito, protegido (¿o arruinado?) por el sistema capitalista. Recién ahora, después de medio siglo de esfuerzo, he empezado a aprender a desempeñarme. Mi infancia duró unos veinticinco años: la moldearon el canal de Suez, el pueblito de Abbotsholme y la Universidad de Oxford. Ensayé diversas carreras, huyendo cada vez ante el inminente desastre. Maestro de escuela, aprendí de memoria capítulos enteros de la Escritura la víspera de la lección de historia sagrada. En una oficina de Liverpool eché a perder listas de cargas; en Port Said, candorosamente permití que los capitanes llevaran más carbón que el estipulado. Me propuse educar al pueblo. Mineros de Workington y obreros ferroviarios de Crewe me enseñaron más cosas que las que aprendieron de mí. La guerra de 1914 me encontró muy pacífico. En el frente francés dirigí una ambulancia de la Cruz Roja. Después: un casamiento romántico, el hábito y la pasión del hogar. Como adolescente casado de treinta y cinco años, me desperté. Penosamente pasé del estado larval a una madurez deforme, atrasada. Me dominaron dos experiencias: la filosofía y la convicción del trágico desorden de nuestra colmena humana […] Ahora, ya con un pie sobre el umbral de la adultez mental, advierto con una sonrisa que el otro está al borde de la sepultura”.

La metáfora baladí de la última línea es un buen ejemplo de la torpeza (o indiferencia) literaria de Stapledon, ya que no de su casi ilimitada imaginación. Wells alterna sus monstruos —sus marcianos tentaculares, su hombre invisible, sus selenitas macrocéfalos— con hombres irrisorios y cotidianos: Stapledon construye y describe mundos imaginarios con la precisión y con buena parte de la aridez de un naturalista. No deja que percances humanos interrumpan el espectáculo de sus fantasmagorías biológicas. Ávidamente, sus libros quieren abarcar el universo y la eternidad. Las obras de Olaf Stapledon son: Últimos y primeros hombres, Últimos hombres en Londres, Juan Raro, Nueva teoría de la ética, Un mundo que despierta, Hacedor de estrellas.

“Olaf Stapledon,” El Hogar, 19 Nov. 1937.


10 de febrero de 1939

UN PRIMER LIBRO MEMORABLE

H. G. Wells prefiere, ahora, la divagación política o sociológica a la rigurosa invención de sucesos imaginarios. Es verdad que todavía simula redactar novelas fantásticas a la manera de Los primeros hombres en la luna o de El hombre invisible, pero sus ejercicios actuales, bien examinados, no pasan de sátiras o alegorías.

Felizmente, dos agudos continuadores compensan las abstracciones del maestro. El primero, Olaf Stapledon, es autor de Últimos y primeros hombres, de Últimos hombres en Londres y de Hacedor de estrellas; sus rasgos más notorios son la vasta pero no detallada imaginación y el casi absoluto desdén de todos los artificios del novelista. Stapledon es capaz de inventar mil y un mundos quiméricos, muy diversamente asombrosos, pero también de presentar cada uno de ellos en una sola página insípida con generalidades y arideces de manual de geografía o de astronomía.

El otro continuador es C. S. Lewis. Su reciente novela Out of the Silent Planet (Fuera del planeta silencioso) es el motivo de esta nota. Lewis refiere una incursión al planeta Marte y las aventuras de un hombre entre los inteligentes monstruos benévolos que lo habitan. La obra es de tipo psicológico; las tres curiosas “humanidades” y la geografía vertiginosa de Marte son menos importantes para el lector que la reacción del héroe, que empieza por hallarlas atroces y casi intolerables y acaba por identificarse con ellas.

La imaginación de Lewis es limitada. Si yo resumiera su concepción del planeta Marte, el lector de Wells o de Poe no la juzgaría muy sorprendente. Lo admirable es la infinita probidad de esa imaginación, la coherente y minuciosa verdad de su mundo fantástico.

Hay novelistas cuyo texto nos da la impresión de abarcar y hasta de agotar cuanto se imaginan; C. S. Lewis, en cambio, tiene —lo juro— más conocimientos de Marte que los registrados en este libro.

En aquellos capítulos de su obra que describen el viaje interplanetario, hay además un espontáneo ambiente poético.

Extraño ejemplo de la influencia de estos tiempos: el rojo Marte, en la ficción de C. S. Lewis, es un planeta pacifista.

“Un primer libro memorable” [review: C. S. Lewis, Out of the Silent Planet], El Hogar, 10 Feb. 1939.


OLAF STAPLEDON
PHILOSOPHY AND LIVING. Penguin Books

Una declaración editorial que adorna la solapa del primer tomo (y aún del segundo) repite que este libro resume las opiniones filosóficas del autor y que su contribución es más bien “de orden afirmativo”. Sospecho que esa declaración puede ser ampliada. Philosophy and Living no se limita a resumir las (eventuales) opiniones filosóficas del autor: prefiere, con menos vanidad que amplitud, resumir todas las opiniones de todos los filósofos. Sus cuatrocientas páginas son un excelente manual de las perplejidades organizadas que componen la metafísica. Tal vez no es inferior a las introducciones congéneres de James, de Russell y de Joad. Es sin duda muy superior a los productos áridos y teutónicos que misteriosamente entusiasman a los editores de Castilla y de Cataluña y que les permiten interpolar el módico neologismo vivencia… Lo anterior no quiere decir que esta obra no contenga afirmaciones muy discutibles. En la página 453, Stapledon informa que el libro An Introduction to Mathematics de Whitehead es más legible que la Introduction to Mathematical Philosophy de Russell. Yo he leído el segundo dos o tres veces y no he logrado superar los primeros capítulos del primero.

Un párrafo de esta obra resume (y ligeramente reforma) cierta curiosa imaginación cosmogónica de Bertrand Russell. Éste (The Analysis of Mind, 1921, página 159) supone que el planeta ha sido creado hace pocos minutos, provisto de una humanidad que “recuerda” un pasado ilusorio. Stapledon, buen imaginador de quimeras, fantasea que el universo consta de una sola persona —mejor, de una sola conciencia— y de los procesos mentales de esa conciencia. Esa persona (que naturalmente es usted, el lector) ha sido creada en este preciso momento y dispone de un surtido completo de recuerdos autobiográficos, familiares, históricos, topográficos, astronómicos y geológicos, entre los que figura, digamos, la circunstancia irreal de empezar a leer esta nota.

Se trata, claro está, de una exacerbación o reductio ad absurdum del idealismo. Russell la juzga razonable, pero no interesante.

Sur, Buenos Aires, Año X, N.º 64, enero de 1940.


ELLERY QUEEN
THE NEW ADVENTURES OF ELLERY QUEEN.
Victor Gollancz

Siempre infalible en el error, Miss Dorothy Sayers prefiere los contrastes y amenidades del ménage Watson-Sherlock Holmes (casi Panza-Quijote, casi Bouvard y Pécuchet, casi Laurel y Hardy) a la decente impersonalidad voluntaria de C. Auguste Dupin,* antepasado ilustre de Holmes y hasta de Monsieur Teste. El universo parece compartir esa preferencia. Bernard Shaw, sin embargo, en una crónica teatral de 1896 (Our Theatres in the Nineties, tomo segundo, página 222) declara que es degenerativo el proceso de quienes pasan con deleite del “ingenioso autómata” Dupin a las ineptas aventuras de Sherlock Holmes, prince of duffers and dullards… El dictamen es humorístico, pero exagera (como invariablemente en Shaw) una verdad. Sherlock vale menos que Auguste, no sólo porque un descifrador de cenizas y rastreador de huellas de bicicleta vale menos que un razonador, sino precisamente porque no es un “ingenioso autómata”. Sherlock es casi humano y nadie ignora que la humanidad puede ser un atributo incómodo. El tabaco del héroe, la cocaína, las tazas de té y el violín son quizá encantadores, pero acaban por ser intolerables, o a lo menos, insípidos. La reductio ad absurdum de esa caracterización por manías puede estudiarse, no sin algún horror y sin mucho tedio, en los productos de Miss Dorothy Sayers o de Mrs. Agatha Christie. También (siento decirlo) en los cuentos finales de este novísimo ciclo heroico de Ellery Queen. El hecho es deplorable, máxime si recordamos que Ellery Queen era, hasta hace muy poco, el más impersonal y menos molesto de todos los detectives. Es verdad que adolecía de un coche Duesenberg, de un padre comisario, de un joven mucamo argelino y de una erudición del todo espuria y siempre oracular, pero esos atributos no le pesaban. Su decadencia data de la novela The Four of Hearts, que es de 1939. En esa obra falaz, el autor lo enamora de una cronista cuyo afrodisíaco nombre es Miss Paula Paris; en estos cuentos nos impone la indignidad de asistir a sus amoríos y de contemplar sus cóleras y sus besos.

De los nueve relatos que componen este volumen, el más considerable es el primero: “La lámpara de Dios”. El problema —la silenciosa desaparición de una casa durante una tormenta de nieve— es original; la solución no es elegante, pero quizá es la única. El segundo repite con variaciones (que no son ventajosas) el argumento general de “La torre de la traición” (Chesterton: The Man Who Knew Too Much, 1922). El tercero y el cuarto —“La aventura de la casa de tinieblas”, “El dragón hueco”— son innegablemente eficaces. En el título de uno de los dos hay una pérfida petición de principio.

Escribo en julio de 1940; cada mañana la realidad se parece más a una pesadilla. Sólo es posible la lectura de páginas que no aluden siquiera a la realidad: fantasías cosmogónicas de Olaf Stapledon, obras de teología o de metafísica, discusiones verbales, problemas frívolos de Queen o de Nicholas Blake.

* De este investigador de 1841 ignoramos hasta la cara; no tiene otro visible atributo que la infinita noche y las bibliotecas.

Sur, Buenos Aires, Año IX, N.º 70, julio de 1940.


OLAF STAPLEDON
HACEDOR DE ESTRELLAS

Hacia 1930, ya bien cumplidos los cuarenta años, William Olaf Stapledon abordó por primera vez el ejercicio de la literatura. A esta iniciación tardía se debe el hecho de que no aprendió ciertas destrezas técnicas y de que no había contraído ciertas malas costumbres. El examen de su estilo, en el que se advierte un exceso de palabras abstractas, sugiere que antes de escribir había leído mucha filosofía y pocas novelas o poemas. En lo que se refiere a su carácter y a su destino, más vale transcribir sus propias palabras: “Soy un chapucero congénito, protegido (¿o estropeado?) por el sistema capitalista. Sólo ahora, al cabo de medio siglo de esfuerzo, he empezado a aprender a desempeñarme. Mi niñez duró unos veinticinco años; la moldearon el canal de Suez, el pueblito de Abbotsholme y una Universidad de Oxford. Ensayé diversas carreras y periódicamente hube de huir ante el inminente desastre. Maestro de escuela, aprendí de memoria capítulos enteros de la Escritura, la víspera de la lección de historia sagrada. En una oficina de Liverpool eché a perder listas de cargas; en Port Said, candorosamente permití que los capitanes llevaran más carbón que el estipulado. Me propuse educar al pueblo; peones de minas y obreros ferroviarios me enseñaron más cosas que las que aprendieron de mí. La guerra de 1914 me encontró muy pacífico. En el frente francés manejé una ambulancia de la Cruz Roja. Después: un casamiento romántico, hijos, el hábito y la pasión del hogar. Me desperté como adolescente casado a los treinta y cinco años. Penosamente pasé del estado larval a una madurez informe, atrasada. Me dominaron dos experiencias: la filosofía y el trágico desorden de la colmena humana… Ahora, ya con un pie sobre el umbral de la adultez mental, advierto con una sonrisa que el otro pisa la sepultura”.

La metáfora baladí de la última línea es un ejemplo de la indiferencia literaria de Stapledon, ya que no de su casi ilimitada imaginación. Wells alterna sus monstruos —sus marcianos tentaculares, su hombre invisible, sus proletarios subterráneos y ciegos— con gente cotidiana; Stapledon construye y describe mundos imaginarios con la precisión y con buena parte de la aridez de un naturalista. Sus fantasmagorías biológicas no se dejan contaminar por percances humanos.

En un estudio sobre Eureka de Poe, Valéry ha observado que la cosmogonía es el más antiguo de los géneros literarios; pese a las anticipaciones de Bacon, cuya La nueva Atlántida se publicó a principios del siglo XVII, cabe afirmar que el más moderno es la fábula o fantasía de carácter científico. Es sabido que Poe abordó aisladamente los dos géneros y acaso inventó el último; Olaf Stapledon los combina en este libro singular. Para esta exploración imaginaria del tiempo y del espacio, no recurre a vagos mecanismos inconvincentes, sino a la fusión de una mente humana con otras, a una suerte de éxtasis lúcido, o (si se quiere) a una variación de cierta famosa doctrina de los cabalistas, que suponían que en el cuerpo de un hombre pueden habitar muchas almas, como en el cuerpo de la mujer que está por ser madre. La mayoría de los colegas de Stapledon parecen arbitrarios o irresponsables; éste, en cambio, deja una impresión de sinceridad, pese a lo singular y a veces monstruoso de sus relatos. No acumula invenciones para la distracción o el estupor de quienes lo leerán; sigue y registra con honesto rigor las complejas y sombrías vicisitudes de un sueño coherente.

Ya que la cronología y la geografía parecen ofrecer al espíritu una misteriosa satisfacción, agregaremos que este soñador de universos nació en Liverpool el 10 de mayo de 1886 y que su muerte ocurrió en Londres el 6 de setiembre de 1950. Para los hábitos mentales de nuestro siglo, Hacedor de estrellas es, además de una prodigiosa novela, un sistema probable o verosímil de la pluralidad de los mundos y de su dramática historia.

“Olaf Stapledon: Hacedor de estrellas. Nota preliminar”; Buenos Aires, Ediciones Minotauro, 1965.


SOURCE / FUENTE: Borges, Jorge Luis. Miscelánea. Barcelona: Random House Mondadori-DeBols!llo, 2011.

Last and First Men, de Olaf Stapledon” [review], El Hogar, 23 July 1937; in Miscelánea, pp. 845-46.

Star Maker, de Olaf Stapledon” [review], El Hogar, 20 Aug. 1937; in Miscelánea, pp. 854-55.

“Alfred Döblin,” El Hogar, 15 October 1937; in Miscelánea, pp. 878.

“Olaf Stapledon,” El Hogar, 19 Nov. 1937; in Miscelánea, pp. 887-8.

“Un primer libro memorable” [review: C. S. Lewis, Out of the Silent Planet], El Hogar, 10 Feb. 1939; in Miscelánea, pp. 1036-37.

“Olaf Stapledon, Philosophy and Living. Penguin Books” [review], Sur, vol. 10, no. 64, Jan. 1940. From Borges en Sur (1931-1980); in Miscelánea, pp. 591-92.

“Ellery Queen, The New Adventures of Ellery Queen” [review], Sur, vol. 9, no.70, July 1940. From Borges en Sur (1931-1980); in Miscelánea, pp. 599-600.

“Olaf Stapledon: Hacedor de Estrellas”; Foreword to Stapledon’s Hacedor de Estrellas. Buenos Aires: Minotauro, 1965. In Borges, Prólogos, con un prólogo de prólogos, 1975; in Miscelánea, pp. 167-69.


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